El viejo titiritero le había propuesto un enigma al hombre
en el la única taberna del lugar.
Sabía que no tenía tiempo, que eran pocas las horas que le
quedaban para seguir viviendo sino resolvía aquello propuesto por el arrogante
anciano que divertía a todos en el bar que jamás cerraba y nunca se quedaba sin
alcohol.
El titiritero que necesitaba un alma más para un personaje
nuevo de su obra de teatro, propuso al hombre, este juego con la ilusión de que
perdería y le dé la opción de arrebatarle la vida a lo que él mismo llamaba:
“lacras de cantina”.
El enigma consistía en las siguientes palabras encubiertas:
“Pedro es argentino y su mujer”, lo que había de descubrir aquel hombre era la
nacionalidad de la mujer de Pedro, una vez realizado esto, comenzará a mezclar
un juego de cartas españolas y diciendo en voz alta: 1, 2, 3 por cada carta que
de vuelta, y así sucesivamente hasta quedarse sin cartas, ganará solo si al
terminarse las cartas ni una sola vez coincidió el número que dijo con el
número de la carta que dio vuelta.
Entre vasos y risas desconocidas por el furor ocasionado en
la obra de los muñecos, el hombre comenzó a mirar detenidamente una hoja para
resolver lo indicado por el viejo que observaba a sus alrededores y se reía
entre una risa sobradora y desconsoladora. Toda la gente del lugar, extraños y
conocidos, esperaban con altas dosis de ansiedad la acción a desarrollar por el
desafiado.
El hombre que sin estar borracho daba el mismo aspecto que
si lo estuviese, repetía una y otra vez en su cabeza la frase “Pedro es
argentino y su mujer”, “y su mujer”, pensaba, “y su mujer” seguía repitiendo,
sin ninguna probable respuesta por esas cosas increíbles que tiene el cerebro
empezó a deletrear palabra por palabra en voz alta, el bar en silencio
escuchaba: Pe, e, de, erre, o, e, ese, a, erre, ge, ene, te, i, ene, o, y
griega, y griega; Y GRIEGA SU MUJER, grito tan fuerte y contento que hasta el
cantinero del lugar se acercó a la mesa para ver que estaba ocurriendo.
La cara del anciano soberbio lo decía todo, estaba rojo, con
una bronca que muy pocas veces había experimentado, durante diez minutos no
dijo nada y solo una vez trago saliva, estaba perdiendo algo esencial para sus
espectáculos, estaba dejando ir un alma humana.
Ocurrido esto, el geronte invitó al hombre a pasar a
resolver la especie de solitario propuesto. El borracho no borracho o no se
sabe, dio vuelta la primer carta cuando dijo: uno, y salió el rey de espadas,
dijo: dos, y salió el tres de copas, dijo: tres y salió el cinco de bastos, así
rápidamente bajo la misma fórmula llego a eliminar más de medio mazo hasta que
al nombrar el uno salió el uno de oro.
Las personas del lugar desaparecieron, todo se transformó en
un fondo negro y solo quedo la mesa, él y el titiritero que había cambiado la
cara de furia por una más alegre. El hombre sabía que perdió, que eso mismo
significaba entregarle la vida al perverso viejo, quería escaparse, salir
corriendo pero algo lo ataba a la silla, una especie de fuerza súper natural o
el mismo miedo. El viejo, lo miró serio, giró la cabeza y moviendo la mano
invitó a sentarse a la mesa a sus muñecos, ahí estaban todos los personajes de
la obra del titiritero, llenándose el vaso de vino, riéndose, mirando al hombre
que había perdido, señalándolo, sobreactuando la primer victoria del hombre que
creía que salvaría su vida, entre todo ese alboroto, el viejo titiritero miró
al hombre y le dijo: festejá, estos son
tus nuevos compañeros.
El hombre se sintió vacío y sin piernas, el hombre ya estaba
transformado en muñeco.